La armonía humana es la más compleja de las armonías a alcanzar y
la utopía más bella de perseguir.
Ante los dilemas que hoy tenemos como sociedad, deberíamos
escuchar los planteamientos que mucho tiempo atrás se dieron sobre tales
dilemas, que siempre son los mismos, o casi los mismos. Por ejemplo, en tiempos
de Epicuro la gente ya tenía el pensamiento de que el mundo está repleto de
mal, por lo tanto Dios debe ser malo, impotente o incompetente o las tres
cosas; también se oía decir que la Naturaleza es buena y omnipresente, pero que
es diferente al hombre y su destino. Entonces, el pesimismo empezaba a ganar
terreno y surge uno de las interrogantes humanas más vitales de todos los
tiempos: ¿el mal puede ser extinguido? o dicho de otra manera, ¿puede que la
única ley natural sea la de una jungla y que las sociedades humanas no sean
mejores que las especies de plantas o animales?
Bueno, ante la crisis de confianza en la existencia de una
“benevolente armonía natural” tenemos como respuesta este resumen que
caracterizaba a Rousseau y Hume:
“El hombre natural no sentía ningún tipo de alienación, pues su relación
con la vida no estaba mediada por la reflexión; vivía sencillamente sin tener
que pensar en la vida; aceptaba, si bien de modo inconsciente, su propia
situación y limitaciones. Su unión con los demás se produjo de forma espontánea
y no hizo necesaria la existencia de instituciones especiales que la
conservaran. La civilización introdujo la separación del hombre de sí mismo y
arruinó la armonía original de la sociedad. Hizo universal el egoísmo, destruyó
la solidaridad y degradó la vida personal a un sistema de convenciones y
necesidades de carácter artificial. En esta sociedad es inalcanzable la
autoidentidad del individuo; todo lo que puede hacer éste es intentar aliviar
sus necesidades y contemplar el mundo independientemente de la opinión recibida.
La cooperación y la solidaridad con los demás “no” priva al individuo de una
verdadera vida personal, mientras que el nexo negativo del interés egoísta y la
ambición destruye tanto la comunidad como la verdadera personalidad. El
verdadero deber del hombre es llegar a ser lo que es y vivir en una voluntaria
solidaridad con los demás. Dado que no podemos deshacer la civilización,
debemos ensayar un compromiso: que cada hombre descubra el estado de naturaleza
en sí mismo y eduque a los demás en el mismo espíritu”.
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