sábado, 11 de abril de 2020

El temor de Edward Copleston


En Oxford, hace casi 200 años,  Edward Copleston como preboste del gran colegio Oriel se había negado de aceptar en el prestigioso curriculum del colegio de la Universidad  una ciencia tan propensa a usurpar a las demás. Estaba aludiendo a la economía política. Pero una caterva de economistas se iba a hacer paso de forma imparable e iban a colocar a la economía en el lugar central de la civilización humana. El progreso era su as bajo la manga. El crecimiento ilimitado, garantizado por los combustibles fósiles baratos y el aumento de la tecnología convertirían a los economistas en los nuevos gurúes de los últimos dos siglos humanos. 

Pero en el camino hubo y hay economistas no falopas que comprendieron el peligro de semejante endiosamiento de una disciplina. Por ejemplo, el viejo John Stuart Mill, fue uno de los primeros en señalar los límites de la economía política. Mill había advertido que la economía política no había que considerarla como una cosa en sí, sino más bien como un fragmento de una totalidad más amplia. Había que entenderla como una rama de la filosofía social tan interrelacionada con las otras ramas que sus conclusiones, aun circunscritas a su ámbito particular, tienen valor sólo condicionalmente, estando sujetas a la interferencia y a la acción neutralizadora de causas que no se encuentran directamente dentro de su área. 

Afirmar que los economistas de derecha o de izquierda (marxismo falopa) son los que pueden sentarse a la mesa a planificar la economía para resolver los problemas de la pandemia es indicio de que los temores de Copleston no se han ido. 

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