viernes, 3 de abril de 2020

Gongue




La novela Gongue de Marcelo Cohen me voló la cabeza:

La práctica del médico es una actividad que reúne dos momentos. El del diagnóstico y el de la acción. Una vez más, Marcelo Cohen, como nos tiene acostumbrados, realiza en su escritura una práctica médica. Inyecta un antídoto para combatir a un virus, el de la lengua.
Borges aseveraba que la escritura es una práctica posterior a la lectura. Se es escritor solamente luego de haber leído. Esto supone otra verdad no menos importante: las lecturas determinan lo que se escribirá en el futuro. Cohen escribió Gongue pensando en su lectura de William S. Burroughs (1914-1997), como lo confiesa en varias entrevistas, especialmente en La revolución electrónica (1970), pero también en aquella Lección inaugural (1977) en la que Roland Barthes proponía que los seres humanos no hablarían, sino que serían hablados, “Sólo nos resta hacerle trampas a la lengua, ello, mediante la literatura”, escribía Barthes. Esta especie de fascismo de la lengua, tuvo que haber interesado a Cohen para que decidiera realizar semejante ejercicio de escritura en Gongue.
Tanto Burroughs como Barthes, partieron de la idea de que la literatura puede sustentar una práctica revolucionaria, capaz de fugarse de los contornos impuestos por la civilización dominante. Y el campo de batalla sería nada menos que el propio texto. Cohen, como una especie de discípulo de estas lecturas, toma en su escritura de forma bien consciente a cada una de las fronteras que tiene delante. Gongue supone esa práctica de superarlas. Si el escritor de literatura reconoce que en sus textos hay dos elecciones posibles, la de servilismo o la del ejercicio del poder, está en sus opciones elegir una de ellas. Cohen elige la de tomar el poder. En su novela la palabra se retuerce (ebalno, febón, noticiesco, gongue,pantallator, farphonin, son algunos ejemplos) , la sintaxis se escapa, “pero el chapaleo distinto cuando las balsas dan media vuelta me oprime el corazón”. Las lógicas del devenir para Gongue en nada se ajustan a las expectativas de las novelas tradicionales. Una responsabilidad en la forma sería como un principio rector que recorre cada página que elabora Cohen.
Tanto Burroughs como Cohen, al proponer un nuevo destino en la escritura, son como presos de la visión futurista. Pero en este último, la tecnología representa una derrota más de ese discurso dominante del progreso; el farphonito, por ejemplo, es tan inútil que sola cumple una función simbólica de progreso, porque las llamadas nunca llegan en el Delta panorámico; por lo tanto, un punto a favor más en la labor de Cohen en su crítica en la propia ficción. En Gongue la tecnología es reconvertida y puesta al servicio del lenguaje contrahegemónico; mientras que en Burroughs, la confianza es ciega todavía en los augurios tecnológicos.
Pero Cohen es muy ambicioso y va más allá aún. Se remonta a Nietzsche, quien también realiza una crítica feroz al lenguaje, la cual apuntaba a denunciar que a través de la lengua el mundo se construye como ilusión, cómo forma de alivianar la carga de la existencia trágica del hombre:
"El hombre nada más que desea la verdad en un sentido limitado: ansía las consecuencias agradables de la verdad, aquellas que mantienen la vida; es indiferente al conocimiento puro y sin consecuencias e incluso hostil frente a las verdades susceptibles de efectos perjudiciales o destructivos" (Nietzsche, 1996, p. 21)
Cohen no solo intenta borrar la hegemonía de la lengua dominante, atacar el virus, también manifiesta sus deseos de destruir esa ilusión que la sociedad moderna se construye para negar sus contradicciones, sus problemas. El Delta panorámico del Gongue es una mirada de las “verdades” ocultas de las sociedades actuales.
Estos escritores, principalmente Cohen, revalorizan una forma de ver la realidad. Aquella que parte de la idea de que la misma es totalmente incierta e infinita. En Gongue no encontraremos espejos de ella, sino reductos escarbados que el autor, a través de su personaje principal, intentará llegar a nuevos tipos de realidad por todos los medios posibles que le ofrece la lengua.
Esa anarquía -en el sentido político de la palabra- que atraviesa lo estructural del texto coloca al escritor argentino y su obra en un lugar para nada común. El de la obra literaria como destructor de estructuras arraigadas de la tradición dominante. Una práctica de la escritura como liberación, donde las reglas no las impone el sistema, sino que se van construyendo a medida de lo que solicita la propia narrativa.
El autor de Gongue diagnóstica que convive en él (y en los demás, obviamente) el virus de la lengua. Entonces, acciona en consecuencia. Aporta un intento de solución para atacar al virus. Inventa el Delta panorámico, inventa un repertorio de palabras, inventa una forma de clasificación de las cosas y una manera de narrar que coloca al lector en otro espacio, más limpio y más consciente de los problemas de la hegemonía.
Es sintomático, que Gabelio Támper, el protagonista de la novela, haya descubierto su tremenda condición de alienado a través del uso de la palabra consigo mismo. Dicha experiencia le permitió tener la completa libertad de hablar sin miedos, sin moldes, casi sin testigos. La sociedad y sus reglas para las formas se diluyeron. Támper es el mismo Cohen que se ríe con nosotros luego de haber burlado la policía más letal: la lengua.




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