Quizás muchos creen que Gardel es la única figura trascendente del tango, pero sería una injusticia infame no colocar en el mismo plano a Julio De Caro, el enorme violinista que fundó toda una escuela (la decareana) que ya en el 20 hacía estos tremendos arreglos y piruetas estético-musicales. Dicen las malas lenguas que las minitas del bar, luego de que De Caro la rompía con los portamentos de su violín, se tiraban en sus brazos rendidas de éxtasis al escuchar inauditas melodías para aquellos tiempos en que la música popular empezaba a despuntar en el Río de La Plata.
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