jueves, 2 de abril de 2020

La virgen cabeza




No esperaba encontrar mucho en esta obra, pero, sin embargo, me dejó una grata impresión Cabezón Cámara, autora de la novela. La misma intenta narrar el mundo de los pobres, específicamente el submundo de la villa "El poso" (que representaría a la villa la cava de San Isidro), algo que muchos autores desde el grupo de Boedo con Arlt y compañía vienen haciéndolo, pero que Cabezón Cámara, creo yo, va un poco más lejos. La búsqueda de una estética que combine la miseria, la exclusión, la violencia, las drogas y un lenguaje hipersexual, tiene en la obra un resultado bastante poderoso si se tiene como objetivo trascender el mero realismo descriptivo. En la "Virgen Cabeza" nos encontramos con una mina de clase media, Qüity, periodista de policiales, que se aventura a "entrar" en la villa para conseguir entrevistarse con una travesti (Cleopatra) que supuestamente dialoga con la Virgen, y que gracias a ese poder milagroso se propone organizar la villa y cuidar a sus pobladores. La villa ve así momentos de auge villero productivo, y la burguesita además se enamora de la travesti (además de la poronga más grande del conurbano). Obviamente, la villa no puede emerger ni en la literatura y es salvajamente reprimida por la bonaerense con cientos de muertos, a raíz de una orden de desalojo que logró un negocio inmobiliario. Una pareja Queer entre dos clases sociales diferentes, una atea, la otra religiosa, una mujer, la otra travesti; a una le gusta la literatura griega y ganarse la vida ganando premios por sus publicaciones, la otra se ganó la vida prostituyéndose; pero increíblemente la burguesa se convirtió en villera (se hizo villera confirma ella). No sé cuantos relatos pueden lograr esto, pero Qüity logró asimilarse a su nueva identidad sexual y social sin chistar. Pero todo no termina ahí, las dos se exilian en Miami luego de la represión y desalojo, y viven de los intereses de la cuenta bancaria que les proporcionó su fama de cumbiancheras ( a lo mona giménez pero latinoamericano). Sí, de ser villeras terminan la obra convertidas en grandes burguesas que se cruzan con los gusanos de Miami -aunque los protagonistas los detestan- pero "envillándose" en su bunker lujoso. La misma Qüity se encarga de reflexionar por mí sobre lo que puedo retrucarle a Cabezón Cámara:
"No estaba tan loca como para no darme cuenta de que una rata imaginaria no podría hacer de mí su cena pero muchas ratas reales tal vez sí. pero ni aun en esos días tenía mucha fe en las multitudes. Si el pueblo unido no tiene mucha conciencia de su fuerza unida, qué pueden saber un montón de ratas unidas. ese pensamiento tampoco me dejaba dormir. alguna conciencia teníamos nosotros, como las ratas tienen olfato. de todos modos, por mucho que bebiera o tomara, no podía concebir un comando de ratas capaz de coordinar tácticas y estrategias, solo pensaba que tal vez pudieran medir fuerzas con su hocico, oliendo, en ese cuarto chiquito, de ladrillos robados, durlock, ácaros, humedad y chapas, a mucha rata y poca mujer. viéndolas dispersarse pisándose entre ellas me dormía sin miedo aunque sin soltar el revólver. por supuesto, nunca fue necesario probar si las ratas, unidas, podían ser vencidas".
Eso mismo serían los villeros según la obra, ratas, que ni haría falta probar que la resistencia no existe para ellos, que la única forma de tomar algún grado de conciencia es a través de la religión o que algún burgués haga entrismo en el asentamiento. En esto último, la crónica novelada de Alarcón (Cuando muera quiero que me toquen cumbia) es superior, porque pudo dejar bien en claro que la pueblada no es solo la última arma legítima de los incluídos, sino también y con mayor legitimidad de los villeros, que en la obra de Alarcón le plantearon una guerra a la policía luego de fusilar al "Frente Vital" en San Fernando.

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