Con razón de sobra Pawel Pawlikowski le ganó el Oscar a Damián Szifron. Ida, como película polaca, no puede escapar de las garras de la segunda guerra mundial y del catolicismo; sin embargo, su director me ha hecho pensar en sus dos protagonistas, ambas mujeres, y sus modelos de vida. Una novicia a punto de convertirse en monja, la otra una fiscal comunista. Ambas representan dos relatos bien diferentes, yo diría antagónicos si me pongo a valorizar el papel de la iglesia y de los verdaderos comunistas en el exterminio nazi de los judíos. Anna, la novicia, será las miles de religiosas europeas que evadirán la realidad del holocausto y de la miseria humana -aunque quede demostrado que su dios no existe- rezando, olvidándose de sí misma en la fe ciega y en la biblia. Su tía Wanda, ferviente militante comunista, representará aquellas miles de mujeres que creyeron en la justicia revolucionaria que impartiría la revolución rusa luego del triunfo sobre los nazis, pero presas de la burocratización del estado obrero sus ilusiones fueron traicionadas y el alcohol y la depresión hicieron el resto. Una película simple, pero bien hecha. No le pidan "riesgos" porque lo máximo que se anima Pawlikowski es dejar sobre el aire la idea de que la religión solo es un escondite del alma, tal como lo es el alcohol.
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