miércoles, 1 de abril de 2020

Reflexión por la muerte de Roberto Gómez Bolaños






Ante la muerte de un emblema de la cultura generacional a la que pertenezco -R. Gómez Bolaños-, y la tristeza que para muchos supone tal pérdida (confieso no estar triste), vale una reflexión. La muerte de una persona no es menos valiosa que la de otra; aunque los hechos propagandísticos parecieran mostrar lo contrario. La muerte como ley natural es absoluta (hasta hoy casi lo único que ha logrado tener tal nivel universal). En todo caso, la muerte mueve otras cosas que nada tienen que ver ontológicamente con ella. Por ejemplo, lo que esa desaparición física provoca en el entorno (efectos, consecuencias, arrastres, mitos, leyendas, calumnias, herencias, dolor, obras póstumas y todo lo que en el etc. se te ocurra). Pero la muerte, como entidad, es igual en todos lados y para todos. La peste negra en Europa en el S. XIV y la muerte de más de 1/3 de su población, mostró al mundo de una vez y para siempre que para la muerte no hay pobres ni ricos, solo mortales. Esta lección ha venido respetándose hasta el día de hoy. Pero tipos como Unamuno (Píndaro, Calderón, Shakespeare, Borges) han intentado desafiarla. Su "nivola" deja de usar el sueño como recurso literario para cascotear el rancho de los materialistas de pura sepa. Unamuno había sacado la conclusión de que la razón (odiaba el imperio de la razón) eran enemiga de la vida, la cual no podía sistematizarse como un cálculo matemático. Entonces, la imaginación sería para él sinónimo de vida, la vida como sueño (Calderoniano). Si soñar era vivir, lo que este escritor vasco estaba diciéndonos era que la vida era "querer de ser". Su personaje Augusto en la novela Niebla implorará "quiero vivir y ser yo". Este protagonista (Augusto) supera la niebla que supone el propio soñar, para despertar a otro sueño, el de no morir, el de la inmortalidad. Unamuno ha creado una criatura que ahora lo habita, lo increpa, se le rebela. El personaje de Unamuno se atreve a decirnos con mucha razón que él ha logrado lo que ningún hombre de carne y hueso ha podido: escapar a la muerte.
Roberto Gómez Bolaños se ha burlado, como otros tantos grandes soñadores, de la muerte; se ha diseminado en sus inolvidables personajes (ya criaturas autónomas y libres) para siempre. Por eso, no estoy triste, porque su estela no es fugaz.

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